31 mar 2014

Metalcienta: Parte IV

Llegó el día…

Aquella era una mañana ligeramente lluviosa, fresca y tranquila. Desde temprano Metalcienta se había levantado a hacer el desayuno y después de que sus hermanastras se fueron a la escuela y su madrastra salió a trabajar, ella se apresuró a terminar su quehacer para poder dormir un rato.

Al despertar, Metalcienta salió a hacer las compras para la comida, y de camino se encontró con el Gato. Entraron juntos al mercado local para comprar lo necesario y ya cuando iban saliendo pasaron por una de las dependencias del Palacio Real, en donde se hallaba el príncipe Tyler terminando de dar una conferencia de prensa. Ambos amigos se detuvieron unos instantes a observar el tumulto y al seguir su camino, los escoltas del príncipe y varios reporteros salieron de la nada, separaron al Gato de Metalcienta y a esta última la hicieron caer a los pies del príncipe Tyler…

-¡Alto todo el mundo!- gritó el príncipe, cuya grave y fuerte voz silenció a todos los ahí presentes. -¡Oh, ya vieron!- dijo, cambiando su expresión seria por una risa burlona. -¡No, no, no! Ya, perdón chiquita…- le sonrió a la mujer que estaba a sus pies. –Pero si no los detenía te iban a aplastar.- Metalcienta miró al príncipe con asombro. Aquél era un joven alto, de rizada y brillosa cabellera, que lucía un par de pantalones de mezclilla rotos, botas, una playera de Megadeth justo igual a la que ella traía ese día y un par de gafas que escondían sus ojos. Su sonrisa, blanca y sincera, apenas la dejó respirar frente a él.

-Bueno niña, creo que no estás lastimada.- sonrió el príncipe, cálidamente. –Pero si alguno de estos hijos de… su reportera madre te lastimó, nada más dime. Nada más dime y se los va a cargar la… Policía Real. ¡Bonita playera!- Metalcienta, ruborizada, sonrió, agradeció y se reencontró con el Gato para irse, mientras escuchaba las motocicletas del príncipe y de sus escoltas marcharse, seguidas por los reporteros.


Metalcienta andaba por toda la casa trapeando y tarareando canciones de Megadeth, mientras sus hermanastras y las demás integrantes de su banda se alistaban para salir. Doña Eutanasia no perdía de vista a su joven hijastra, pero fingía ocuparse de otros asuntos y sonreír mientras disfrutaba el malévolo plan que ya tenía preparado.

Terminando de trapear, Metalcienta recogió algunos trastes de la mesa, la limpió, y dio las buenas noches al aire. La metalera bajó nuevamente al sótano sin darse cuenta de que su madrastra la seguía. Cerró la puerta sin voltear hacia atrás y luego dirigió su vista hacia la pequeña ventana, para hallar en ella una terrible sorpresa: ésta ya se encontraba rejada. Los ojos de Metalcienta se abrieron tremendamente y cuando se abalanzó hacia la puerta para tratar de salir, escuchó a Doña Eutanasia cerrando con llave.

-Buenas noches, Metalcienta.- respondió la malvada mujer, por primera vez desde que se conocían. Metalcienta se deslizó hasta quedar de rodillas frente a la puerta, en un silencioso llanto. Escuchó a su remedo de familia salir de la casa y marcharse entre carcajadas y gritos. Luego silencio… no más que silencio. Entonces la joven se incorporó y tomó la guitarra acústica de su padre, se sentó en su cama improvisada y, con lágrimas en los ojos, empezó a tocar una melodía triste cuyo nombre es impronunciable (por cuestiones de derechos de autor).

La tocó una, dos, tres veces… No podía dejar de pensar en lo que estaba por perderse. ¿Qué pensarían sus amigos de ella si no la veían llegar? ¿Acaso se les ocurriría irla a buscar? Cuatro, cinco, seis veces tocó la misma melodía. Luego lanzó un largo suspiro y se tiró en la cama, cubierta de lágrimas. Ahora que no había forma de salir, empezaba a resignarse…

De pronto una especie de humo de color violeta empezó a entrar desde la ventana, y Metalcienta, al percatarse, se acercó para averiguar la fuente del mismo. Se asomó para intentar ver a quien lo provocaba, y grande fue su sorpresa cuando de entre el humo emergió una voz:

-¡Quítate que no me dejas pasar!- gritó esta voz, adornada con eco. Los ojos de Metalcienta se abrieron tremendamente y se quitó del camino mientras intentaba figurar lo que estaba aconteciendo. Al tiempo en que ella se hizo para atrás, el humo se concentró todo en un solo lugar y mágicamente, un mago metalero apareció justo en medio. Cuando el humo se disipó el mago miró a la joven con su agresiva mirada y la señaló con un dedo.

-¿Por qué me has invocado?- preguntó, firme.
Metalcienta no podía creer lo que veía. -¿Eres un genio?- le preguntó al mago.
-¿Un genio?- sonrió él. –Claro, soy un genio. Un as de la magia. Soy todo talento, ¡soy casi una deidad!-
Metalcienta le miró y frunció el ceño.
-Ahora que si te refieres a los de la lámpara… ciertamente me ofendes.-  dijo el mago. –Pero me invocaste, dime, ¿cuál es el problema?-

-¿Te invoqué?- preguntó Metalcienta, extrañada.
-Sí. La canción que tocaste exactamente seis veces es mi canción. La tocas seis veces, yo aparezco. ¿Sencillo, no?
-Vaya… pues ahora que lo mencionas sí tengo un problema. Mi familia me ha prohibido ir a la guerra de bandas del príncipe Tyler en el Palacio Real, ¡es mi gran sueño ganarla! Mis padres fueron metaleros hasta morir y quiero rendirles tributo de esa manera…
-Ya veo. Bueno pues, muñequita metalera, puedo hacerte un par de favores. ¿Tienes traje para la ocasión?
-¡Sí!
-Bueno vístete y te maquillo.

Metalcienta se acercaba a la caja donde se hallaba su atuendo, cuando al chasquido de los dedos del mago, seguido de una mano cornuta, aparecieron ya en el cuerpo de Metalcienta su atuendo, sus botas y sus brazaletes. Un chasquido más, luego el mago mateó un poco y desaparecieron en ella los signos de llanto, para convertirlos en un maravilloso maquillaje que no le pedía nada al profesional. Finalmente, el mago hizo un poco de slam para allá y para acá, y luego volvió a chasquear para aparecer una bella tiara hecha de cadenas en la cabeza de la chica. -¡Listo!- dijo el mago. –Ya vete.-

-¿Pero cómo? ¿Cómo salgo si estoy encerrada? ¿Y en qué me voy?- cuestionó Metalcienta.
El mago hizo doble mano cornuta y las agitó en el aire, desapareciendo la puerta del sótano. Le hizo una seña con la mirada a Metalcienta para que saliera y una vez fuera, él apareció frente a ella con una calabaza en los brazos. -¿Ves esto?- preguntó el mago, risón. -¡Esta es tu Harley!- Metalcienta no creyó lo que veía cuando el mago lanzó un gutural fry al tiempo en que la calabaza se convertía en una bella motocicleta Harley Davidson-Ahí tienes, muñequita metalera.- dijo el mago. –Ya puedes ir con tu príncipe.-

-¡Gracias!- sonrió la jovenzuela, abrazándole.
-¡Hey, no agradezcas tanto, que a las doce de la noche se te acaba el encanto!
-¿Qué? ¡No!
-¿Qué apoco creías que venía a dártelo todo? ¡No, no, muñeca, ésto es sólo el demo!
-¡Me lleva! ¡Pero a las doce no…! ¿A la una?
-¡Doce!
-Una y te debo una botella de Daniel’s. ¿Vale?
-¡Ya estás! ¡Pero vengo por ella, eh…!
-¡Descuida! ¡Gracias de nuevo!
-¡Nos estamos viendo…!


Y después de despedirse del misterioso mago, Metalcienta arrancó en su Harley de calabaza a toda velocidad rumbo al Palacio Real.


29 mar 2014

Metalcienta: Parte III

Por fin es sábado y después de una semana y fracción bastante pesada en cuestiones académicas (por eso no había publicado), aquí tienen la tercera parte de "Metalcienta". Gracias de antemano por leerme :).

La banda de Metalcienta pasó esas dos semanas ensayando todas las noches hasta el amanecer. En ese lapso de tiempo, la pobre metalera apenas durmió, y aunque Doña Eutanasia y sus hijas lo notaron, no lograban explicarse el porqué de tanta somnolencia. Ahora nos ubicaremos justo un día antes de la guerra de bandas, en el mercado principal del reino, donde Metalcienta había ido a hacer algunas compras.

La joven se apresuró a conseguir lo necesario para la comida, y después de asegurarse que nadie la veía, se metió a la tienda de botas y accesorios “Mala Facha”, donde se encontró con una chica de negro cabello, grandes ojos, y expresión serena. -¡Metalcienta!- sonrió aquella joven, mirando hacia un lado y hacia otro. –Todo en orden…- murmuró justo después. -¿Qué hay, Patana?- sonrió Metalcienta, abrazándole. -¿Tienes algo para mí hoy?-

-Sí.- sonrió Patana. –Tengo cinco pares de botas en la bodega que están ansiosos por que los veas… Ven conmigo.-
-Gracias, Patana del mal.- sonrió Metalcienta. -¿Irás a la guerra mañana?-
-¡Claro! La banda de Patán le abrirá a los Black Tune.
-¡Perverso!
-Estaremos apoyándote en primera fila. Pero bueno, ¡ve a ver las botas!
-¡Ya estás!

Y después de esta pequeña conversación, Patana abrió la puerta de la bodega, dejó a su amiga pasar y la cerró rápidamente. Dentro de ella había cientos de pares de botas, pero los cinco pares de los que Patana hablaba eran usados nada más y nada menos que por los miembros de la banda de Metalcienta.

-¿Cómo les fue en la junta de producción?- preguntó Metalcienta, después de saludarlos a todos.
-Muy bien.- respondió el Gato con una sonrisa. –Estamos dentro de las últimas bandas.-
-Y vimos a las otras bandas…- dijo el Oso. –No creo que puedan con nosotros, niña.-
-Me gusta tu forma de pensar.- sonrió Metalcienta. -¿Y cómo es el príncipe?-
En ese instante los cinco músicos emitieron una serie de burlas y risas que hicieron a la chica ruborizar. -¡Oh, caray!- exclamó ella, tratando de ocultar su timidez. –Bueno mejor díganme si vieron con quiénes están Mona y Judy…-
-Están con las gemelas de la Profesora Hematoma.- contestó el Lobo. –Nada de que preocuparse.-
-¡Hubieras visto la cara del príncipe Tyler cuando las vio!- rió el Satán. –Las miró como diciendo: “¿Qué carajo hacen aquí?”-

La banda entera se echó a reír y después de hacer algunos comentarios despectivos hacia las reggaetoneras, guardaron silencio uno a uno, para dejar hablar al Satán. -Metalcienta, ya es hora de que hablemos lo de la ropa.- dijo el chico. –Mi hermana se negó a prestarme sus prendas, y pues, después de ver esta situación con los muchachos y hablar seriamente con Patana, llegamos a esto…-

Y de entre los pares de botas de la bodega, el Oso sacó un par de cajas, una de tamaño medio y la otra bastante grande. -Nos cooperamos todos para comprarte esto.- dijo el guitarrista rítmico, sonriendo al ver la expresión de Metalcienta. –Creo que supe atinarle a tu gusto y sobre todo a tu talla. De corazón, esperamos que lo disfrutes.- Metalcienta abrió la caja mediana y observó dentro de ella un precioso atuendo muy femenino, pero con toda la esencia del metal. Luego se asomó a la otra caja y sin poder creer lo que había en ella, decidió sacar el contenido.

-¡Unas botas de metal!- exclamó ella, casi sin aliento. -¡Son hermosas!-
-Cortesía de Patana.- añadió el Gato. -¡Únicas en su clase!-
-Me alegra que te gustaran.- dijo el Lobo. -¡Pero mejor vete ya antes de que pasen por aquí tus hermanastras!-
-¡Tienes razón!- musitó Metalcienta. –Chicos, de verdad, ¡muchas gracias! ¡No sé cómo pagárselos!-

-Puedes pagarnos ganando esa guerra de bandas.- sonrió el Yisus. Al instante Metalcienta se le abalanzó en un abrazo y el resto de los músicos se les unieron después. Luego de eso, acordaron verse esa noche para el último ensayo, Metalcienta salió de la bodega y se despidió de Patana. Presurosa y cuidando siempre que nadie la viera con las cajas, corrió hacia su casa.

Esa misma noche, Mona y Judy se estaban probando los vestuarios que la mismísima Metalcienta se había visto forzada a elaborar al gusto del par de reggaetoneras. Judy lucía una ombliguera negra con un tutú de colores amarillo y verde, acompañados de un par de tenis de luchador color dorado, mientras que Mona usaba una blusa de tirantes color amarillo fluorescente y una mini falda negra con encaje, acompañadas de un par de zapatos de tacón con estoperoles. Ambas lucían felices y emocionadas y Metalcienta, fingiendo enfado, terminó de recoger lo que había usado y fue a encerrarse al sótano después de un “buenas noches” al aire y sin respuesta.

Sin embargo, una vez dentro de su adorado sótano, tomó los regalos que su banda le había dado y se los probó frente al espejo. Todo le quedaba a la perfección. Lucía casi irreconocible, pero sin duda faltaba algo…

Entonces buscó entre los amplificadores empolvados un cofrecito negro que abrió con una llave en forma de calavera. Dentro de él había varias pulseras y una tiara que se colocó y luego volvió a verse al espejo. -¡Perfecto!- sonrió Metalcienta, e inmediatamente se cambió de ropa, pues iba a ir a su último ensayo, que sería mucho más tranquilo que los anteriores, lo cual le permitiría dormir bien y así estar lista para el gran día.

La casa estaba completamente oscura cuando el Lobo y el Satán llegaron por su vocalista. Sin embargo no todas estaban dormidas como ellos creyeron. Doña Eutanasia vio a los tres metaleros desde su ventana y suspiró, irritada. -¡Con que eso es lo que traes entre manos…!- murmuró, como hablándole a su hijastra.


17 mar 2014

Metalcienta: Parte II

Caída la noche, Metalcienta terminó de lavar los trastes de la merienda y bostezó. Luego miró a su remedo de familia muy atenta a “El Privilegio de Perrear” en la televisión. Esto quería decir que su labor había concluido. Fingiendo cansancio, lanzó las buenas noches al aire, como siempre. No hubo respuesta, como siempre.

Entonces la alegre metalera bajó hacia el sótano, donde dormía rodeada de objetos viejos y polvosos entre los cuales estaba un tocadiscos, la colección de acetatos de su padre, sus pósters, sus cancioneros, sus guitarras y sus amplificadores. Metalcienta había acondicionado el lugar para que pareciera que nada pasaba por ahí pero en realidad ya faltaban varios de los amplificadores y dos de las extravagantes guitarras de su difunto progenitor. Y es que, a pesar de que su intento de familia estaba en contra de sus gustos musicales, ella se las arregló para disfrutarlos de la mejor manera: formando una banda.

Metalcienta se cambió de ropa, se puso una playera de Pantera que era de su madre y un par de bermudas de su padre que había arreglado para que le quedaran, y después de apagar la luz del lugar, alzó las manos en una V para exclamar con firmeza: “¡Satán, yo te invoco!” En ese instante, un delgado hilo de humo entró por la pequeña ventana del sótano, y después de toser un poco, Metalcienta se asomó para mirar a quien invocaba.

-¡Ya te he dicho que no fumes aquí! ¡Las chakas se van a dar cuenta de que estás y eso no nos conviene!- dijo ella, apenas en un murmullo. -Sí, claro, todo yo.- exclamó el chico a quien ella miraba. –Si sigues invocándome así van a pensar que de verdad hablas con el diablo…-

-¿Pues qué no te dicen “El Satán”?
-¡Pues sí pero eso qué! Ya no quiero que tengas más problemas, y menos por un tonto apodo.
-Ya, ya. Luego discutimos eso. Vayamos a ensayar que es lo que importa.
-Pues anda, salte. Todos los demás ya están en el bar.
Entonces Metalcienta se escabulló por la ventana y tras asegurarse de que nadie la viera, huyó con su amigo Satán rumbo al bar de su propiedad: El Tártaro.

Para cuando ellos llegaron todo estaba conectado y listo. Metalcienta miró el lugar mientras sonreía de oreja a oreja. Sus compañeros de banda eran: El Oso, en la guitarra rítmica y coros, el Gato, en la batería, el Lobo, en el bajo y coros, el Satán, en la guitarra principal, y el Yisus, en los teclados. Ella era la vocalista y con ayuda del resto componía canciones originales para la banda.

-Como ya sabemos, el príncipe Tyler está buscando una esposa,- dijo el Satán. –y nuestra banda cumple con los requisitos para entrar a la guerra de bandas de Palacio. Con esto pretendo varias cosas: En primera, sacar a Metalcienta de donde la tienen su madrastra y sus hermanastras. En segunda, llevar a esta banda a la fama, como siempre lo hemos soñado. Sé que ustedes están conmigo y, aprovechando que el bar está cerrado, podemos ensayar nuestras canciones de aquí al viernes y después del domingo en adelante. Tenemos dos semanas para armar bien esto. Nos piden canciones originales y covers para participar. Nosotros ya lo hablamos y de verdad queremos hacer esto, Metalcienta. ¿Estás con nosotros?-

Los ojos de Metalcienta se llenaron de lágrimas de alegría, y tras musitar un “sí”, abrazó al Satán y tomó el micrófono con toda determinación. -Vamos a hacer esto, chicos.- sonrió la metalera. –Hay muchas bandas en el reino pero ninguna como la nuestra. Podemos ganar, estoy segura.-

-Pero… Metalcienta…- habló el Yisus. -¿Cómo haremos para que vayas a la guerra de bandas sin que tu madrastra se entere?-
-Igual que siempre, Yisus.- respondió ella. –Así como me escapo para venir a ensayar, así será ese día.-
-Bueno…- suspiró el Oso. –Pero todavía nos falta algo. No tenemos nombre para nuestra banda.-
-Tenemos tiempo para pensar en eso.- argumentó el Gato. –Lo importante ahora es escoger las canciones que tocaremos para trabajar en ellas.-
-Y darles nuevos arreglos.- sugirió el Lobo. –Todavía podemos mejorar esas canciones.-
-¿Y cuáles quieren tocar?- preguntó el Satán.
La banda entera pensó un poco y después de un pequeño debate, se decidieron por el repertorio.

-Bien, pues conéctense todos y vamos a trabajar.- dijo el Gato. -Mientras piensen en un nombre para la banda.- insistió el Oso. Todos asintieron y después del clásico conteo de las baquetas de la batería, se dispusieron a ensayar. Y ensayar. Y ensayar, hasta conseguir lo que tramaban.

Terminando el ensayo, el Oso y el Satán llevaron a Metalcienta de nuevo a su casa. Estaba a punto de amanecer y lucían tremendamente agotados.
-Casi no vas a dormir.- le dijo el Oso a su vocalista. -¿Segura que quieres hacer esto?-
-¿Dejar de dormir dos semanas por una vida de fama, Oso…?- suspiró Metalcienta. –Créeme que es lo de menos. Lo que me preocupa es de dónde voy a sacar ropa decente para ese día.-
-Por eso ni te preocupes, Metalcienta.- dijo el Satán. –Ya que se acerque el día vemos entre las cosas de mi hermana, a ver qué de todo eso te queda.-


-Bueno…- suspiró Metalcienta, apenada. -¡Gracias chicos!- Y después de darles un caluroso abrazo, la jovenzuela se metió por la ventana del sótano y rápidamente se hundió entre las cobijas de su cama improvisada. El Satán y el Oso se vieron el uno al otro, alegres y satisfechos. Ellos creían en la dulce Metalcienta, y sabían que moriría antes de fallarles. Ambos se escabulleron rápidamente al escuchar los gritos mañaneros de Doña Eutanasia, exigiendo el desayuno.


15 mar 2014

Metalcienta: Introducción / Parte I

Introducción

El siguiente relato ha sido escrito por mera diversión y nada más porque sí. Prácticamente todos los personajes del mismo están inspirados en personas reales, y si les queda el saco, qué mejor. Hecha la aclaración, favor de prestar atención a esta introducción.

Había una vez, en un reino no tan lejano, una huérfana joven metalera de blanca tez, lacio cabello castaño y grandes ojos oscuros. Ésta había sido acogida por su madrastra tras la muerte de su padre, y condenada a fungir como sirvienta en su casa poco después de eso. Aquella vil mujer, llamada Eutanasia, tenía dos hijas: Mona y Judy, un par de reggaetoneras vanidosas y presumidas. Ellas se encargaron de hacerle la vida imposible a su hermanastra desde que se conocieron, y al ver que no podían influenciarla para convertirla en una de las suyas empezaron a burlarse de ella, apodándola “Metalcienta”. Pero este mote sólo resultaba ofensivo para los de la misma calaña que Mona y Judy. Pronto los vecinos y conocidos de esta peculiar familia olvidaron el nombre de la joven y empezaron a llamarle de esta forma, no por insultarla, sino porque iba muy bien con su forma de ser.

Metalcienta parecía triste y solitaria, sin embargo, en el fondo, era una joven alegre con un gran corazón. Siempre estuvo para apoyar a quien lo necesitaba, nunca le negó una sonrisa a quien la merecía y cualquier pretexto era bueno para pasar un buen rato con ella. Pero ya no voy a dar más detalles en esta introducción. Ahora que ya saben lo básico, les invito a seguir la historia de Metalcienta desde un punto determinante…

Parte I

-¡Metalcienta!- gritó Mona, desde su habitación. -¿No has visto mis tenis rosas?-
-¿Los de luchador?- rió Metalcienta en el pasillo.
-¡No seas payasa!- masculló Mona, furiosa, aventándole un zapato a su hermanastra.
-¡No, no los he visto!- contestó Metalcienta, al momento en que esquivaba el tacón de aguja del zapato de Mona.
-¡Pues búscalos!- gruñó Mona.

Metalcienta se dio media vuelta y se dispuso a buscar los tenis cuando desde el otro lado de la casa se escuchó un ensordecedor grito:
-¡METALCIENTA!- rugió Judy, encolerizada. -¿¡Por qué no has lavado mis gorras?!-
-¡Porque tu mamá no ha pagado el agua!- gritó Metalcienta, desde el pasillo.
-¡Pues ve por la agua a la cisterna!- contestó la caprichosa reggaetonera.
-Ah, ahora es “la agua”.- suspiró la metalera.

La pobre mujer buscaba los tenis rosas y trataba de figurar como sacar agua de la casi vacía cisterna sin caerse dentro de ella cuando un ruido justo atrás la hizo detenerse en seco. Conocía ese sonido. Miró hacia un lado, miró hacia el otro, luego se dio media vuelta y, asegurándose de que nadie la viera, se asomó por la ventana.

-¡Metalcienta…!- murmuró una voz que ella conocía perfectamente.
-¿Qué pasó, Lobo?- preguntó Metalcienta, irritada. -¡Oye, sabes bien que es peligroso que me vengas a ver a estas horas!-
-Ya lo sé. Solo vine de rápido. A Satán le han llegado buenas noticias y parece que eso nos involucra a todos. Dijo que vendrá por ti esta noche. ¿Está bien?- continuó murmurando el Lobo.
-Sí Lobo, sí.- dijo Metalcienta, cuidando que sus hermanastras no escucharan. -¿Entonces te veo en el Tártaro?-
-Sí. Misma hora, mismo canal.
-Okey. ¡Ahora vete antes de que te vean las tepis!
-¡Ta’ bien pues, ya me voy!

Y después de un ligero movimiento, el Lobo desapareció.
-¡¡METALCIENTA!!- gritaron a coro Mona y Judy, emberrinchadas.
-¡Ya voy!- respondió Metalcienta, para dar unos cuantos pasos que la llevaron a la habitación de Mona.
-¿Ya encontraste mis tenis?- preguntó la odiosa joven.
Metalcienta la miró de arriba a abajo, y luego su vista le indicó que la solución a ese problema estaba debajo de la cama de Mona.
-Ahí están, Monita.- sonrió Metalcienta mientras señalaba el horrible calzado que acababa de hallar. –Justo en tu nariz.-
-¡No seas tonta, Metalcienta!- dijo Mona, agachándose para tomar sus tennis rosas. -¡Yo no tengo la nariz en los talones…!-

“Pues la verdad ya no sé, Mona.” dijo Metalcienta para sí. “Con ustedes hasta lo más bizarro es posible…” La metalera iba a continuar con sus labores pero el timbre de la casa sonó con insistencia. Eso solo podía significar una cosa: “¡A ver qué trae ahora Doña Eutanasia!” pensó mientras bajaba las escaleras para abrir la puerta. -¡Hijitas mías!- decía Doña Eutanasia con todo entusiasmo, mientras agitaba un papel en las manos. -¡Pequeñas de mi corazón! ¡Preciosas niñas mías!- Mona y Judy corrieron a recibir a su madre con un evidente dejo de hipocresía en sus rostros.

-¿Qué traes ahí mamá?- preguntó Judy.
-¿Qué es? ¿Qué pasa?- preguntó Mona.

La expresión dulzona de Doña Eutanasia cambió por completo. Su sonrisa falsa se transformó en una exigente mueca al tiempo en que mostraba a las tres chicas un papel que sostenía en la mano. -El rey ha emitido este comunicado para todas las mujeres casaderas del Reino.- dijo, con firmeza. –El príncipe Tyler está buscando dos cosas: La número uno, una esposa que le permita ser rey cuando el tiempo sea apropiado. La número dos, una banda con vocalista femenina para que abra los conciertos de su banda, la afamada Black Tune.- Los ojos de Judy y de Mona brillaron tremendamente, pero los de Metalcienta hubieran deslumbrado a cualquiera.

Doña Eutanasia continuó con su explicación. –La desventaja de esto, señoritas, es que quiere que esa esposa y esa vocalista sea una misma persona. Esto parece un capricho difícil de cumplir, y sin embargo, muchas de las mujeres casaderas del Reino ya están formando y preparando sus bandas de metal. ¡Ustedes tienen exactamente dos semanas para hacer una banda, que una de ustedes cante y la otra haga los coros, porque esto se decidirá en una guerra de bandas en el Palacio Real! ¡El príncipe tiene que decidirse por una de ustedes porque nos urge salir de nuestras deudas!-

-Descuide, Doña Eutanasia.- dijo Metalcienta, sonriente. –Puedo decirle a mis amigos que nos ayuden a completar la banda, y les enseñamos a Mona y a Judy a tocar. Yo con gusto cantaré, lo traigo en la sangre. Sé que recuerda que mi papá era un famoso cantante de metal y…-
-¿Pero de qué cosa estás hablando, niña?- rió Eutanasia, frívola. –Mona y Judy van a participar. Tú no tienes derecho alguno.-

-¡¿Qué?!- exclamó Metalcienta, con el corazón roto. -¿Pero por qué?-
-En primer lugar, Metalcienta…- rugió su madrastra. –Tú no eres mi hija. En segundo lugar, ¡no voy a dejar que te cases con el príncipe! ¡Tú nunca serás más que una simple criada!-
-¡Pero ellas no saben nada de metal!- protestó Metalcienta. -¡Yo tengo los conocimientos, la actitud, el atuendo!-

Doña Eutanasia se echó a reír. Después de su hiriente carcajada, miró a Metalcienta de arriba a abajo. La joven llevaba puestas unas viejas botas de lona, un par de bermudas rotas, cadenas donde portaba sus accesorios de limpieza, una gastada playera de Iron Maiden, una muñequera negra, una pulsera con estoperoles y un pañuelo amarrado a modo de diadema en la cabeza…

-¿Atuendo?- musitó Doña Eutanasia. -¿Con ese atuendo de sirvienta pretendes presentarte en la guerra de bandas? ¡Metalcienta, no me hagas reír! Ahora ve a terminar tus labores… ¡Y deja de meterte en asuntos que no te incumben!- La jovenzuela controló sus lágrimas y se dio media vuelta, haciendo lo que su madrastra le había indicado. Mientras caminaba hacia el patio pudo escuchar las burlas de Doña Eutanasia y su patético par de hijas. “No sé cómo le voy a hacer…” pensó la joven metalera. “Pero no me voy a quedar fuera de esa guerra de bandas.”

La casa de La Bestia abre sus puertas

Doy la más cordial bienvenida a todo aquel que se tope con este blog. El propósito de éste es compartirles mi sentir y mi pensar a través de lo que escribo sin caer en opiniones sin fundamento o habladurías a lo idiota. "La Casa de La Bestia" abordará diversos temas, entre los que destacan la música, los libros, la vida cotidiana (aquí cabrán algunas anécdotas y reflexiones en torno a las mismas) y quizá los videojuegos. Además he incursionado en la narrativa, así que también publicaré algunos cuentos (por partes, para que sea más divertido). 

Advierto de una buena vez que el 90% de los temas tratados aquí se relacionarán, de una manera o de otra, con el rock y el metal, aunque cabe la posibilidad de hablar sobre otros géneros musicales (no he podido encasillarme en unos cuantos). Si mi amargura les es muy pesada, pueden dejar de leer a partir de este momento. El lenguaje soez se usará única y exclusivamente cuando sea necesario. Les recuerdo que, a pesar de lo bocona que puedo ser, trataré de que todas y cada una de mis afirmaciones estén fundamentadas y que sean serias.

Los días de publicación serán lunes y sábados, así que el día de hoy empezaré con "La Metalcienta", una adaptación de "La Cenicienta" de los hermanos Grimm, cimentada en el heavy metal. Esta adaptación vio la luz en junio de 2011, y fue publicada por primera vez en mi perfil de Facebook para mis familiares y amigos. En esta ocasión he decidido corregirla para compartirla con ustedes.

Sin más por el momento, me despido. Para cualquier duda, aclaración, crítica o mentada de madre, pongo a disposición este blog y mi correo electrónico: silviaalmerayag@gmail.com

Atentamente, 

"La Bestia"