Llegó el día…
Aquella era una mañana
ligeramente lluviosa, fresca y tranquila. Desde temprano Metalcienta se había
levantado a hacer el desayuno y después de que sus hermanastras se fueron a la
escuela y su madrastra salió a trabajar, ella se apresuró a terminar su
quehacer para poder dormir un rato.
Al despertar, Metalcienta
salió a hacer las compras para la comida, y de camino se encontró con el Gato.
Entraron juntos al mercado local para comprar lo necesario y ya cuando iban
saliendo pasaron por una de las dependencias del Palacio Real, en donde se hallaba
el príncipe Tyler terminando de dar una conferencia de prensa. Ambos amigos se
detuvieron unos instantes a observar el tumulto y al seguir su camino, los
escoltas del príncipe y varios reporteros salieron de la nada, separaron al
Gato de Metalcienta y a esta última la hicieron caer a los pies del príncipe
Tyler…
-¡Alto todo el mundo!- gritó
el príncipe, cuya grave y fuerte voz silenció a todos los ahí presentes. -¡Oh,
ya vieron!- dijo, cambiando su expresión seria por una risa burlona. -¡No, no,
no! Ya, perdón chiquita…- le sonrió a la mujer que estaba a sus pies. –Pero si
no los detenía te iban a aplastar.- Metalcienta miró al príncipe con asombro.
Aquél era un joven alto, de rizada y brillosa cabellera, que lucía un par de
pantalones de mezclilla rotos, botas, una playera de Megadeth justo igual a la que ella traía ese día y un par de gafas
que escondían sus ojos. Su sonrisa, blanca y sincera, apenas la dejó respirar
frente a él.
-Bueno niña, creo que no
estás lastimada.- sonrió el príncipe, cálidamente. –Pero si alguno de estos
hijos de… su reportera madre te lastimó, nada más dime. Nada más dime y se los
va a cargar la… Policía Real. ¡Bonita playera!- Metalcienta, ruborizada,
sonrió, agradeció y se reencontró con el Gato para irse, mientras escuchaba las
motocicletas del príncipe y de sus escoltas marcharse, seguidas por los
reporteros.
Metalcienta andaba por toda
la casa trapeando y tarareando canciones de Megadeth,
mientras sus hermanastras y las demás integrantes de su banda se alistaban para
salir. Doña Eutanasia no perdía de vista a su joven hijastra, pero fingía
ocuparse de otros asuntos y sonreír mientras disfrutaba el malévolo plan que ya
tenía preparado.
Terminando de trapear,
Metalcienta recogió algunos trastes de la mesa, la limpió, y dio las buenas
noches al aire. La metalera bajó nuevamente al sótano sin darse cuenta de que
su madrastra la seguía. Cerró la puerta sin voltear hacia atrás y luego dirigió
su vista hacia la pequeña ventana, para hallar en ella una terrible sorpresa: ésta
ya se encontraba rejada. Los ojos de Metalcienta se abrieron tremendamente y
cuando se abalanzó hacia la puerta para tratar de salir, escuchó a Doña
Eutanasia cerrando con llave.
-Buenas noches,
Metalcienta.- respondió la malvada mujer, por primera vez desde que se
conocían. Metalcienta se deslizó hasta
quedar de rodillas frente a la puerta, en un silencioso llanto. Escuchó a su remedo
de familia salir de la casa y marcharse entre carcajadas y gritos. Luego
silencio… no más que silencio. Entonces la joven se incorporó y tomó la
guitarra acústica de su padre, se sentó en su cama improvisada y, con lágrimas
en los ojos, empezó a tocar una melodía triste cuyo nombre es impronunciable
(por cuestiones de derechos de autor).
La tocó una, dos, tres
veces… No podía dejar de pensar en lo que estaba por perderse. ¿Qué pensarían
sus amigos de ella si no la veían llegar? ¿Acaso se les ocurriría irla a
buscar? Cuatro, cinco, seis veces tocó la misma melodía. Luego lanzó un largo
suspiro y se tiró en la cama, cubierta de lágrimas. Ahora que no había forma de
salir, empezaba a resignarse…
De pronto una especie de
humo de color violeta empezó a entrar desde la ventana, y Metalcienta, al
percatarse, se acercó para averiguar la fuente del mismo. Se asomó para
intentar ver a quien lo provocaba, y grande fue su sorpresa cuando de entre el
humo emergió una voz:
-¡Quítate que no me dejas
pasar!- gritó esta voz, adornada con eco. Los ojos de Metalcienta se abrieron
tremendamente y se quitó del camino mientras intentaba figurar lo que estaba
aconteciendo. Al tiempo en que ella se hizo para atrás, el humo se concentró
todo en un solo lugar y mágicamente, un mago metalero apareció justo en medio. Cuando el humo se disipó el
mago miró a la joven con su agresiva mirada y la señaló con un dedo.
-¿Por qué me has invocado?-
preguntó, firme.
Metalcienta no podía creer
lo que veía. -¿Eres un genio?- le preguntó al mago.
-¿Un genio?- sonrió él.
–Claro, soy un genio. Un as de la magia. Soy todo talento, ¡soy casi una
deidad!-
Metalcienta le miró y
frunció el ceño.
-Ahora que si te refieres a
los de la lámpara… ciertamente me ofendes.-
dijo el mago. –Pero me invocaste, dime, ¿cuál es el problema?-
-¿Te invoqué?- preguntó
Metalcienta, extrañada.
-Sí. La canción que tocaste
exactamente seis veces es mi canción. La tocas seis veces, yo aparezco. ¿Sencillo,
no?
-Vaya… pues ahora que lo
mencionas sí tengo un problema. Mi familia me ha prohibido ir a la guerra de bandas
del príncipe Tyler en el Palacio Real, ¡es mi gran sueño ganarla! Mis padres
fueron metaleros hasta morir y quiero rendirles tributo de esa manera…
-Ya veo. Bueno pues,
muñequita metalera, puedo hacerte un par de favores. ¿Tienes traje para la
ocasión?
-¡Sí!
-Bueno vístete y te
maquillo.
Metalcienta se acercaba a la
caja donde se hallaba su atuendo, cuando al chasquido de los dedos del mago,
seguido de una mano cornuta, aparecieron ya en el cuerpo de Metalcienta su
atuendo, sus botas y sus brazaletes. Un chasquido más, luego el mago mateó un
poco y desaparecieron en ella los signos de llanto, para convertirlos en un
maravilloso maquillaje que no le pedía nada al profesional. Finalmente, el mago
hizo un poco de slam para allá y para
acá, y luego volvió a chasquear para aparecer una bella tiara hecha de cadenas
en la cabeza de la chica. -¡Listo!- dijo el mago. –Ya
vete.-
-¿Pero cómo? ¿Cómo salgo si
estoy encerrada? ¿Y en qué me voy?- cuestionó Metalcienta.
El mago hizo doble mano
cornuta y las agitó en el aire, desapareciendo la puerta del sótano. Le hizo
una seña con la mirada a Metalcienta para que saliera y una vez fuera, él
apareció frente a ella con una calabaza en los brazos. -¿Ves esto?- preguntó el
mago, risón. -¡Esta es tu Harley!- Metalcienta no creyó lo que veía cuando el
mago lanzó un gutural fry al tiempo
en que la calabaza se convertía en una bella motocicleta Harley Davidson. -Ahí tienes, muñequita
metalera.- dijo el mago. –Ya puedes ir con tu príncipe.-
-¡Gracias!- sonrió la
jovenzuela, abrazándole.
-¡Hey, no agradezcas tanto,
que a las doce de la noche se te acaba el encanto!
-¿Qué? ¡No!
-¿Qué apoco creías que venía
a dártelo todo? ¡No, no, muñeca, ésto es sólo el demo!
-¡Me lleva! ¡Pero a las doce
no…! ¿A la una?
-¡Doce!
-Una y te debo una botella
de Daniel’s. ¿Vale?
-¡Ya estás! ¡Pero vengo por
ella, eh…!
-¡Descuida! ¡Gracias de
nuevo!
-¡Nos estamos viendo…!
Y después de despedirse del
misterioso mago, Metalcienta arrancó en su Harley
de calabaza a toda velocidad rumbo al Palacio Real.