31 mar 2014

Metalcienta: Parte IV

Llegó el día…

Aquella era una mañana ligeramente lluviosa, fresca y tranquila. Desde temprano Metalcienta se había levantado a hacer el desayuno y después de que sus hermanastras se fueron a la escuela y su madrastra salió a trabajar, ella se apresuró a terminar su quehacer para poder dormir un rato.

Al despertar, Metalcienta salió a hacer las compras para la comida, y de camino se encontró con el Gato. Entraron juntos al mercado local para comprar lo necesario y ya cuando iban saliendo pasaron por una de las dependencias del Palacio Real, en donde se hallaba el príncipe Tyler terminando de dar una conferencia de prensa. Ambos amigos se detuvieron unos instantes a observar el tumulto y al seguir su camino, los escoltas del príncipe y varios reporteros salieron de la nada, separaron al Gato de Metalcienta y a esta última la hicieron caer a los pies del príncipe Tyler…

-¡Alto todo el mundo!- gritó el príncipe, cuya grave y fuerte voz silenció a todos los ahí presentes. -¡Oh, ya vieron!- dijo, cambiando su expresión seria por una risa burlona. -¡No, no, no! Ya, perdón chiquita…- le sonrió a la mujer que estaba a sus pies. –Pero si no los detenía te iban a aplastar.- Metalcienta miró al príncipe con asombro. Aquél era un joven alto, de rizada y brillosa cabellera, que lucía un par de pantalones de mezclilla rotos, botas, una playera de Megadeth justo igual a la que ella traía ese día y un par de gafas que escondían sus ojos. Su sonrisa, blanca y sincera, apenas la dejó respirar frente a él.

-Bueno niña, creo que no estás lastimada.- sonrió el príncipe, cálidamente. –Pero si alguno de estos hijos de… su reportera madre te lastimó, nada más dime. Nada más dime y se los va a cargar la… Policía Real. ¡Bonita playera!- Metalcienta, ruborizada, sonrió, agradeció y se reencontró con el Gato para irse, mientras escuchaba las motocicletas del príncipe y de sus escoltas marcharse, seguidas por los reporteros.


Metalcienta andaba por toda la casa trapeando y tarareando canciones de Megadeth, mientras sus hermanastras y las demás integrantes de su banda se alistaban para salir. Doña Eutanasia no perdía de vista a su joven hijastra, pero fingía ocuparse de otros asuntos y sonreír mientras disfrutaba el malévolo plan que ya tenía preparado.

Terminando de trapear, Metalcienta recogió algunos trastes de la mesa, la limpió, y dio las buenas noches al aire. La metalera bajó nuevamente al sótano sin darse cuenta de que su madrastra la seguía. Cerró la puerta sin voltear hacia atrás y luego dirigió su vista hacia la pequeña ventana, para hallar en ella una terrible sorpresa: ésta ya se encontraba rejada. Los ojos de Metalcienta se abrieron tremendamente y cuando se abalanzó hacia la puerta para tratar de salir, escuchó a Doña Eutanasia cerrando con llave.

-Buenas noches, Metalcienta.- respondió la malvada mujer, por primera vez desde que se conocían. Metalcienta se deslizó hasta quedar de rodillas frente a la puerta, en un silencioso llanto. Escuchó a su remedo de familia salir de la casa y marcharse entre carcajadas y gritos. Luego silencio… no más que silencio. Entonces la joven se incorporó y tomó la guitarra acústica de su padre, se sentó en su cama improvisada y, con lágrimas en los ojos, empezó a tocar una melodía triste cuyo nombre es impronunciable (por cuestiones de derechos de autor).

La tocó una, dos, tres veces… No podía dejar de pensar en lo que estaba por perderse. ¿Qué pensarían sus amigos de ella si no la veían llegar? ¿Acaso se les ocurriría irla a buscar? Cuatro, cinco, seis veces tocó la misma melodía. Luego lanzó un largo suspiro y se tiró en la cama, cubierta de lágrimas. Ahora que no había forma de salir, empezaba a resignarse…

De pronto una especie de humo de color violeta empezó a entrar desde la ventana, y Metalcienta, al percatarse, se acercó para averiguar la fuente del mismo. Se asomó para intentar ver a quien lo provocaba, y grande fue su sorpresa cuando de entre el humo emergió una voz:

-¡Quítate que no me dejas pasar!- gritó esta voz, adornada con eco. Los ojos de Metalcienta se abrieron tremendamente y se quitó del camino mientras intentaba figurar lo que estaba aconteciendo. Al tiempo en que ella se hizo para atrás, el humo se concentró todo en un solo lugar y mágicamente, un mago metalero apareció justo en medio. Cuando el humo se disipó el mago miró a la joven con su agresiva mirada y la señaló con un dedo.

-¿Por qué me has invocado?- preguntó, firme.
Metalcienta no podía creer lo que veía. -¿Eres un genio?- le preguntó al mago.
-¿Un genio?- sonrió él. –Claro, soy un genio. Un as de la magia. Soy todo talento, ¡soy casi una deidad!-
Metalcienta le miró y frunció el ceño.
-Ahora que si te refieres a los de la lámpara… ciertamente me ofendes.-  dijo el mago. –Pero me invocaste, dime, ¿cuál es el problema?-

-¿Te invoqué?- preguntó Metalcienta, extrañada.
-Sí. La canción que tocaste exactamente seis veces es mi canción. La tocas seis veces, yo aparezco. ¿Sencillo, no?
-Vaya… pues ahora que lo mencionas sí tengo un problema. Mi familia me ha prohibido ir a la guerra de bandas del príncipe Tyler en el Palacio Real, ¡es mi gran sueño ganarla! Mis padres fueron metaleros hasta morir y quiero rendirles tributo de esa manera…
-Ya veo. Bueno pues, muñequita metalera, puedo hacerte un par de favores. ¿Tienes traje para la ocasión?
-¡Sí!
-Bueno vístete y te maquillo.

Metalcienta se acercaba a la caja donde se hallaba su atuendo, cuando al chasquido de los dedos del mago, seguido de una mano cornuta, aparecieron ya en el cuerpo de Metalcienta su atuendo, sus botas y sus brazaletes. Un chasquido más, luego el mago mateó un poco y desaparecieron en ella los signos de llanto, para convertirlos en un maravilloso maquillaje que no le pedía nada al profesional. Finalmente, el mago hizo un poco de slam para allá y para acá, y luego volvió a chasquear para aparecer una bella tiara hecha de cadenas en la cabeza de la chica. -¡Listo!- dijo el mago. –Ya vete.-

-¿Pero cómo? ¿Cómo salgo si estoy encerrada? ¿Y en qué me voy?- cuestionó Metalcienta.
El mago hizo doble mano cornuta y las agitó en el aire, desapareciendo la puerta del sótano. Le hizo una seña con la mirada a Metalcienta para que saliera y una vez fuera, él apareció frente a ella con una calabaza en los brazos. -¿Ves esto?- preguntó el mago, risón. -¡Esta es tu Harley!- Metalcienta no creyó lo que veía cuando el mago lanzó un gutural fry al tiempo en que la calabaza se convertía en una bella motocicleta Harley Davidson-Ahí tienes, muñequita metalera.- dijo el mago. –Ya puedes ir con tu príncipe.-

-¡Gracias!- sonrió la jovenzuela, abrazándole.
-¡Hey, no agradezcas tanto, que a las doce de la noche se te acaba el encanto!
-¿Qué? ¡No!
-¿Qué apoco creías que venía a dártelo todo? ¡No, no, muñeca, ésto es sólo el demo!
-¡Me lleva! ¡Pero a las doce no…! ¿A la una?
-¡Doce!
-Una y te debo una botella de Daniel’s. ¿Vale?
-¡Ya estás! ¡Pero vengo por ella, eh…!
-¡Descuida! ¡Gracias de nuevo!
-¡Nos estamos viendo…!


Y después de despedirse del misterioso mago, Metalcienta arrancó en su Harley de calabaza a toda velocidad rumbo al Palacio Real.


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