Caída la noche, Metalcienta
terminó de lavar los trastes de la merienda y bostezó. Luego miró a su remedo
de familia muy atenta a “El Privilegio de Perrear” en la televisión. Esto
quería decir que su labor había concluido. Fingiendo cansancio, lanzó las
buenas noches al aire, como siempre. No hubo respuesta, como siempre.
Entonces la alegre metalera
bajó hacia el sótano, donde dormía rodeada de objetos viejos y polvosos entre los
cuales estaba un tocadiscos, la colección de acetatos de su padre, sus pósters,
sus cancioneros, sus guitarras y sus amplificadores. Metalcienta había
acondicionado el lugar para que pareciera que nada pasaba por ahí pero en
realidad ya faltaban varios de los amplificadores y dos de las extravagantes
guitarras de su difunto progenitor. Y es que, a pesar de que su intento de
familia estaba en contra de sus gustos musicales, ella se las arregló para disfrutarlos
de la mejor manera: formando una banda.
Metalcienta se cambió de
ropa, se puso una playera de Pantera
que era de su madre y un par de bermudas de su padre que había arreglado para
que le quedaran, y después de apagar la luz del lugar, alzó las manos en una V para
exclamar con firmeza: “¡Satán, yo te invoco!” En ese instante, un delgado hilo
de humo entró por la pequeña ventana del sótano, y después de toser un poco,
Metalcienta se asomó para mirar a quien invocaba.
-¡Ya te he dicho que no
fumes aquí! ¡Las chakas se van a dar
cuenta de que estás y eso no nos conviene!- dijo ella, apenas en un murmullo. -Sí,
claro, todo yo.- exclamó el chico a quien ella miraba. –Si sigues invocándome
así van a pensar que de verdad hablas con el diablo…-
-¿Pues qué no te dicen “El
Satán”?
-¡Pues sí pero eso qué! Ya
no quiero que tengas más problemas, y menos por un tonto apodo.
-Ya, ya. Luego discutimos
eso. Vayamos a ensayar que es lo que importa.
-Pues anda, salte. Todos los
demás ya están en el bar.
Entonces Metalcienta se
escabulló por la ventana y tras asegurarse de que nadie la viera, huyó con su
amigo Satán rumbo al bar de su propiedad: El
Tártaro.
Para cuando ellos llegaron
todo estaba conectado y listo. Metalcienta miró el lugar mientras sonreía de
oreja a oreja. Sus compañeros de banda eran: El Oso, en la guitarra rítmica y
coros, el Gato, en la batería, el Lobo, en el bajo y coros, el Satán, en la
guitarra principal, y el Yisus, en los teclados. Ella era la vocalista y con
ayuda del resto componía canciones originales para la banda.
-Como ya sabemos, el
príncipe Tyler está buscando una esposa,- dijo el Satán. –y nuestra banda
cumple con los requisitos para entrar a la guerra de bandas de Palacio. Con
esto pretendo varias cosas: En primera, sacar a Metalcienta de donde la tienen
su madrastra y sus hermanastras. En segunda, llevar a esta banda a la fama,
como siempre lo hemos soñado. Sé que ustedes están conmigo y, aprovechando que
el bar está cerrado, podemos ensayar nuestras canciones de aquí al viernes y
después del domingo en adelante. Tenemos dos semanas para armar bien esto. Nos
piden canciones originales y covers
para participar. Nosotros ya lo hablamos y de verdad queremos hacer esto,
Metalcienta. ¿Estás con nosotros?-
Los ojos de Metalcienta se
llenaron de lágrimas de alegría, y tras musitar un “sí”, abrazó al Satán y tomó
el micrófono con toda determinación. -Vamos a hacer esto, chicos.- sonrió la
metalera. –Hay muchas bandas en el reino pero ninguna como la nuestra. Podemos
ganar, estoy segura.-
-Pero… Metalcienta…- habló
el Yisus. -¿Cómo haremos para que vayas a la guerra de bandas sin que tu
madrastra se entere?-
-Igual que siempre, Yisus.-
respondió ella. –Así como me escapo para venir a ensayar, así será ese día.-
-Bueno…- suspiró el Oso.
–Pero todavía nos falta algo. No tenemos nombre para nuestra banda.-
-Tenemos tiempo para pensar
en eso.- argumentó el Gato. –Lo importante ahora es escoger las canciones que
tocaremos para trabajar en ellas.-
-Y darles nuevos arreglos.-
sugirió el Lobo. –Todavía podemos mejorar esas canciones.-
-¿Y cuáles quieren tocar?-
preguntó el Satán.
La banda entera pensó un
poco y después de un pequeño debate, se decidieron por el repertorio.
-Bien, pues conéctense todos
y vamos a trabajar.- dijo el Gato. -Mientras piensen en un
nombre para la banda.- insistió el Oso. Todos asintieron y después
del clásico conteo de las baquetas de la batería, se dispusieron a ensayar. Y
ensayar. Y ensayar, hasta conseguir lo que tramaban.
Terminando el ensayo, el Oso
y el Satán llevaron a Metalcienta de nuevo a su casa. Estaba a punto de
amanecer y lucían tremendamente agotados.
-Casi no vas a dormir.- le
dijo el Oso a su vocalista. -¿Segura que quieres hacer esto?-
-¿Dejar de dormir dos
semanas por una vida de fama, Oso…?- suspiró Metalcienta. –Créeme que es lo de
menos. Lo que me preocupa es de dónde voy a sacar ropa decente para ese día.-
-Por eso ni te preocupes,
Metalcienta.- dijo el Satán. –Ya que se acerque el día vemos entre las cosas de
mi hermana, a ver qué de todo eso te queda.-
-Bueno…- suspiró Metalcienta,
apenada. -¡Gracias chicos!- Y después de darles un caluroso abrazo, la
jovenzuela se metió por la ventana del sótano y rápidamente se hundió entre las
cobijas de su cama improvisada. El Satán y el Oso se vieron el uno al otro,
alegres y satisfechos. Ellos creían en la dulce Metalcienta, y sabían que
moriría antes de fallarles. Ambos se escabulleron rápidamente al escuchar los
gritos mañaneros de Doña Eutanasia, exigiendo el desayuno.
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